El ocre sabor a lágrimas, a despedida, a incienso de velorio. El ocre andar despacio, cansado, sin respuestas.
El color del adiós, de las puertas cerradas. Esa nostalgia de espiar en fotografías la alegría perdida, de estar deshojando una rosa marchita y llena de cenizas.
El ocre maletín de papeles y crucigramas sin resolver, el amanecer después de las copas y los insultos. Las promesas con fecha de caducidad y las mentiras con traje de verdad.
La esquina del café con una silla demás y en las plazas se maquillan las palomas anorexicas y retrasan los relojes con desdén de desprecio, y en mi mesa los libros angustiados de memorias y encuentros ficticios.
Bocanadas de humo se escapan de la habitación, siguen los dedos aprendiendo la metrica de las caricias huérfanas y en el corazón de nuevo el ocre sabor a lágrimas.
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