Hace algunos días tuve que verme en la dificil situacion de asistir un domingo al trabajo, estar entre aquellas cuatro paredes que sirven de mausoleo semanal un fin de semana es de las peores desgracias que un ser humano puede experimentar. Sin embargo hay cosas que siempre ayudan a tolerar las cargas y en esa ocasión era la música, a todo volumen para espantar las quejas. De pronto en el silencio que crea el cambio de una canción a otra, escuché un ruido, de los habituales que se crean al entrar en contacto algo humano con algún objeto inanimado. Volteé sigilosamente mi vista hacía la bodega, el ruido desapareció. Sin embargo no logré estar quieto. Volví a lo mio y cuando de nuevo la música dejo pasar el silencio -como si de una broma macabra se tratase- escuché el ruido de nuevo. Aquello me tenía perturbado y decidí echar una nueva mirada, esta vez desafiante y profunda a la bodega, el resultado fue igual al anterior. Armado de valor y curiosidad decidí salir a afrontar aquel ruido; descubriendo algo tan espeluznante que hasta me tiembla la mano en el momento que escribo estás lineas. Una pequeña niña -quizás menor de cinco años- sentada en el suelo jugaba con unas pequeñas muñecas, algo que jamás he visto entre los estantes de aquella polvorienta bodega; ella -la niña- tarareaba una poco perceptible canción, no alcanzaba a ver su rostro, ya que estaba de espalda. En aquel momento decidí acercarme y hacer contacto físico con su hombro y desvelar su rostro y tal vez detalles de su estancia en aquel lugar. Al acercarme logré ver con detalle sus muñecas, nada parecido a lo que he visto en toda mi vida, lo reitero, y además debo añadir que había algo que llamo profundamente mí atención, aquellas muñecas no tenían rostro. Dudando ya de mi intento por hacer contacto dí dos pasos atrás y cuando estaba a punto de salir corriendo de aquel siniestro lugar y de tan desagradable encuentro, de pronto la pequeña niña quedo en silencio. Comenzó a darse vuelta y -madre mía- no sé como describir su espantoso rostro. Salí corriendo lo más rápido que pude. Fue hasta mucho tiempo después que decidí regresar a la oficina, recoger mis cosas y salir rumbo a mi casa. Sé que lo contado es de difícil credibilidad y no espero que lo crean, sin embargo mi estancia en aquella oficina no volverá a ser la misma.
-Frank Oz-
Sus besos tenían pasado, edad, melancolía; dueño y fecha de caducidad. Tenían una primavera triste. Sus besos no eran magia, ni eran ternura. Eran un remolino de pasiones en defensa propia. Eran el mar después de verano, la noche vista desde el tejado. Sus besos querían romper mis huesos, dejarme en la calle pidiendo pan y poesía. Aventarme a la sima más profunda de otros otoños, traviesos y dispuestos a la guerra. Sus besos traían el misterio hasta mi mesa, el café por las mañanas y el descanso después de la jornada. Sus besos tenían, eran, querían y traían el mundo. Sin embargo terminaron llevándose el universo en sus labios.
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