Sus besos tenían pasado, edad, melancolía; dueño y fecha de caducidad. Tenían una primavera triste.
Sus besos no eran magia, ni eran ternura. Eran un remolino de pasiones en defensa propia. Eran el mar después de verano, la noche vista desde el tejado.
Sus besos querían romper mis huesos, dejarme en la calle pidiendo pan y poesía. Aventarme a la sima más profunda de otros otoños, traviesos y dispuestos a la guerra.
Sus besos traían el misterio hasta mi mesa, el café por las mañanas y el descanso después de la jornada.
Sus besos tenían, eran, querían y traían el mundo. Sin embargo terminaron llevándose el universo en sus labios.
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