La lluvia marca el fin del día y la noche extiende sus alas amenazantes, transmitiendo a mi piel espasmos por tu ausencia.
En rincones maltrechos la oscuridad comienza hacer su jardín de memorias; abarcando los últimos espacios de claridad que se resisten a su final.
Y comienzo a nombrarte silencio, a llamarte soledad, a decirte quedate. Aunque no seas más que un recuerdo malgastado en mi mente.
Ayer sembré un te quiero en el patio, para que vengas a verme y sepas donde hábito, hoy lo regué con promesas de poetas muertos.
Sin embargo la tarde dicta su fin y sigo pensando en la tarde -otra tarde- en que vengas, y te asomes a verme mientras improviso estos versos. De momento sigue siendo una tarde postergada.
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