Yo me tuve que marchar, en aquel concierto de caricias mis manos sobraban. En más de un abismo te reconocí cómplice, en más de algún silencio te adivine fugitiva. Siempre buscando una razón para conjugar los pronombres de manera ascendente. Poniendo algún misterio en cada encuentro, llenando el calendario de otras miradas.
Tenía siempre una excusa para no envejecer, yo mil razones para sentirme viejo. Fui rodando por las aceras, dejando cigarrillos humeantes en las veredas, castigando las manos, habitando en tercos enconos, sospechando del silencio: cuando todo estaba pasando.
Yo me tuve que marchar, ya no tan lejos. La memoria siempre encuentra su manera de deshacer distancias, pero la noche siembra siempre un hasta luego, lo abona de mentiras y florece en primavera como un roble de dolores, dando frutos de desengaño.
Comentarios
Publicar un comentario