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Un mundo que no existe

Cruelmente nos convertimos en un mundo de sombras; estamos constantemente buscando agradar con mentiras, fingiendo la aprobación ajena; vemos los vicios ser tolerados a plenitud y las virtudes ser exageradas. Siempre estamos pendientes de proteger nuestra glotonería de placeres taciturnos, acumulando más y más saliva entre las palabras. Proyectamos un mundo que no existe, destruyendo todo lo real en favor de las tercas ilusiones; llenamos todos los espacios con estupideces cada vez más perturbantes y desagradables.

Aprendimos a deshacer lo aprendido y estamos al borde del sacrificio de la especie, la cual esta llegando al éxtasis de vivir un presente que no es suyo, relegando a puestos de olvido el estudio de nuestras grandes cicatrices y nuestra eterna herida mortal. Aplaudimos la ignoracia, loamos la inferioridad, creyendo que la humanidad debe estar regida por el peso de la comprensión natural de las desgracias colectivas, sumergiendo en toneladas de mierda la suerte de la especie de ser superior. Ahora inventamos maneras ingeniosas de prolongar esta inclemente noche de oídos sordos, es preciso entonces llegar al confinamiento de pequeños espacios destinados a la soledad, ya que la fiesta alrededor es un pandemonio de alaridos.

El roce de nuestras pasiones, en el eterno ejercicio de la vida, nos llena de sufrimiento y dolores ficticios, ya que la vida misma se ha convertido en la muerte de la raza. Somos capaces de perdonar y no lo hacemos, ya que tenemos raíces en la historia del guerrero que vuelve al campamento herido, pero lleno de la gloria misma que supone el estar vivo. Vamos por este laberinto alardeando de nuestra verdad, que es incapaz de ceder una pizca de terreno, llamamos amor propio a la falacia de tener el derecho absurdo de ser estupidos, alimentando con nuestras carnes las multitudes de ignorantes que devoran sin cesar las costumbres morales.

Salimos a pescar nuestra felicidad con múltiples anzuelos, cada quien inventa su carnada, con lo que la naturaleza le ha concedido tener. Ignorando que estamos siempre vencidos ante la multitud de pasos perdidos, entonces inventamos una marcha y deshacemos nuestro refugio, buscando la estabilidad que ya se nos ha presentado en forma de cotidianas y pequeñas recompensas. Sin embargo exigimos más de lo que es necesario y peor aún, nos llenamos de cosas que no necesitamos, de bagatelas materiales, de mentiras, de cosas superfluas. Rechazamos poner un altar al genio de la humanidad.

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