Cuando era niño soñaba con la adultez, ningún rastro de las penurias venideras encontrasen en mi ser. Uno idealiza ser mayor con la prosperidad, la felicidad y la comodidad de días alejados de las ordenes funestas. Se piensa que nada regirá la forma de ser, de vestirse, de cortarse el cabello, de atarse los cordones de los zapatos. Se afana la idea de ser libre. Dulces recuerdos importa mi mente de aquellos días, en los que andar descalzo en la calle resultaba el mayor acto de desobediencia concebible. Duro golpe es saber que aquello no era más que el acto natural de la humanidad de saciar la sed de estar en contra de la autoridad. Pero ya no soy el niño descalzo que iba poblando de travesuras las esquinas del barrio, soy -acaso- un destello tardío y triste de pasos cotidianos. Ya no existe placer en ser mayor; la prosperidad, la felicidad y la comodida se escapa (cada tanto) y se disfraza de dinero. Golpear la realidad con simulaciones de ...
"Un espacio donde juegan los seres que no lastiman"