Aquella noche el momento había llegado. Era tarde, las posibilidades saltaron de una maqueta de planes.
Los asesinos con motivos son simples principiantes. Los que matan por odio, por instintos sexuales, los que matan por negocio, por celos, por envidia; incluso aquellos hipócritas que matan en defensa propia. Son simples principiantes, hermanos menores del asesino. El verdadero asesino es aquel que lo hace por placer. Por el deseo de estrangular una vida, por la satisfacción de cumplir una fantasía, por poner en marcha un macabro juego del gato y el ratón. Los asesinos en serie son adictos. Pero su móvil siempre es el mismo. Siguen patrones de conductas criminales, son condenados por una mente insatisfecha. Están los más bajos, los que matan por saciar sus fantasías sexuales. ¡Marginales!. Sin embargo el asesino verdadero es alguien común y corriente, alguien que no se ata a un deseo o una razón para matar.
Todas esas ideas saltaban ansiosas aquella noche. Una aparente calma dominaba en el vecindario, él [un asesino verdadero] se encontraba afilando con sus manos el futuro crimen. Salió a merodear en el anonimato de las esquinas privadas de iluminación, observando el grito mudo de la noche. Esperando ver una victima. No alguien especial, no alguien en particular. Sin importar su nombre, su edad, su religión, su sexo, su color de piel. Si trabaja, si estudia, si tiene hijos. Sin importar nada; solo bastaba un requisito… ¡Estar justo en el momento propicio!
De pronto alguien [una victima potencial] caminaba despacio, acercándose sin saber a su peor pesadilla. Porque es lógico, nadie desea la muerte. Ni el suicida, estos últimos simplemente la abrazan por desesperación.
Cómo es de esperarlo; solo el había visto aquella dulce presa. Aún desconocía detalles de ella, trato de agudizar su mirar. Un hombre de aspecto habitual, de edad mediana y estatura igual. Cargaba un pequeño maletín, aparentemente de cuero. Desconocía que motivaba ese caminar nocturno, pero seguro estaba que sus intenciones eran opuestas a las de él.
Estaba a punto de tiro. Se acercó de frente y sin decir palabra alguna salto sobre su víctima. Un intercambio de golpes dejo escenario al cansancio de la víctima, su agresor estaba menos fatigado. Él estaba preparado para emplear aquel esfuerzo. Sometida la víctima, por el cansancio citado, encontrose de pronto en el suelo, un pie inquieto pisoteada su rostro.
La luna que acostumbra a escuchar las quejas de los enamorados esta noche alumbraba el filo de una navaja, sedienta de sangre y de incursionar en la piel sudorienta de aquel desdichado hombre. Y efectivamente su sed fue calmada.
Una y otra vez penetro aquel cuerpo. Salpicando sangre, hasta convertir la estancia de aquella esquina en un cuadro inhumano. La lujuria de aquella navaja padecía pequeños destiempos de contemplación, un especie de espionaje a la vida. El deseo de saber el preciso momento en el que las fuerzas abandonarían aquel cuerpo en la metamorfosis de ser cadaver.
Estaba hecho. El asesino verdadero había alimentado su deseo. Su víctima quedó inmóvil e incómodamente tirado en un charco de sangre dantesco.
Se detuvo a observar la escena, a medir la violencia y la adrenalina de aquel encuentro. Tratando quizás de reconocer, tras las sombras, un detalle de aquel hombre. Ahora importaba menos, pero aquello era un ritual recurrente.
La noche tiene muchos peligros. Sin embargo da la seguridad para aquel que se hace amigo de sus rincones. Se alejo despacio, cavilando sus ideas. Procesando lo ocurrido y satisfecho en su interior de estar de nuevo como hace un instante. ¡Planeando su siguiente asesinato!
Wow, estoy impresionada.
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