La vida se va gastando en silencios, en tercos enconos, en entornos grises, en esa voz distante.
Los días marchan tristes en su procesión de angustias. Palidecen los cielos, se entorpecen las palabras.
Sangran marchitas hojas de un libro muerto. Empeños rastreros se bifurcan en las manos, con sudor de otros cuerpos se envenenan las miradas.
Los rincones de la memoria se sientan a tomar café con las dudas. ¿La suerte? Toma la siesta a medio día.
La ciudad es un mar de gente apurada que en sus callejones deja hastío y el letrero ajado del "feliz día".
Los pasos son devorados por la distancia. Una carta olvidada en el buzón aprende a usar el bastón. Y en el reloj se cuelan telarañas de horas pasadas.
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