Que la cruel duda
no encuentre en ti
razones.
Que el tiempo
se convierta en poemas
y en canciones.
Que los pasos
sean lentos y las voces
simple rumores.
Que encuentres sueños
y no busques
otros amores.
Que venga la felicidad
envuelta en cada
beso, como quimera.
Que se mude
el invierno y se
quede la primavera.
Pero deten la
tristeza; que no
es la última despedida.
Sus besos tenían pasado, edad, melancolía; dueño y fecha de caducidad. Tenían una primavera triste. Sus besos no eran magia, ni eran ternura. Eran un remolino de pasiones en defensa propia. Eran el mar después de verano, la noche vista desde el tejado. Sus besos querían romper mis huesos, dejarme en la calle pidiendo pan y poesía. Aventarme a la sima más profunda de otros otoños, traviesos y dispuestos a la guerra. Sus besos traían el misterio hasta mi mesa, el café por las mañanas y el descanso después de la jornada. Sus besos tenían, eran, querían y traían el mundo. Sin embargo terminaron llevándose el universo en sus labios.
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